Confianza infantil
Amamos a la naturaleza como a una amiga, abrazándola suavemente y desarrollando una relación a través de nuestros cuerpos.
Amistad con la Naturaleza
Confianza infantil
Lunes, 2 de septiembre de 2024
El teólogo Howard Thurman (1899–1981) comparte la conexión sagrada con la naturaleza que experimentó por primera vez cuando era niño: [2]
Cuando era joven, encontraba más compañía en la naturaleza que entre las personas…
El anochecer era significativo para mi infancia, porque la noche era más que una compañera. Era una presencia, un ambiente articulado. Había algo en la noche que parecía cubrir mi espíritu como una manta suave. Las noches en Florida, cuando crecí… no eran oscuras, eran negras. Cuando no había luna, las estrellas colgaban como linternas, tan cerca que sentía que uno podía alcanzarlas y arrancarlas del cielo. La noche tenía su propio lenguaje… Esto me reconfortaba y me encontraba deseando que la noche se apresurara y viniera, porque bajo su manto, mi mente deambulaba. Me sentía abrazado, envuelto, sostenido a salvo. De alguna manera fantástica, la noche me pertenecía. Sabía que todos los pequeños secretos de mi vida y de mi corazón y todos mis pensamientos más íntimos y privados no serían violados si los extendía ante mí en la noche. Cuando las cosas iban mal durante el día, las ordenaba en la oscuridad mientras yacía en mi cama, acunada por el cielo nocturno...
El océano y el río me hicieron amigos cuando era niño... A menudo, cuando la marea estaba baja... [había] más de un kilómetro de arena compacta... Allí encontraba, solamente, una bendición especial. El océano y la noche juntos rodeaban mi corta vida con una seguridad que no podía ofender el comportamiento de los seres humanos. El océano por la noche me daba una sensación de atemporalidad, de existir más allá del alcance del flujo y reflujo de las circunstancias. Sentía que la muerte sería algo insignificante en el alcance de ese abrazo natural.
Ni siquiera las tormentas de Florida, donde creció Thurman, le infundían miedo:
Cuando soplaban las tormentas, las ramas del gran roble que había en nuestro jardín trasero se quebraban y caían, pero las ramas más altas se balanceaban y cedían lo suficiente para no romperse. Yo necesitaba la fuerza de ese árbol y, como él, quería mantenerme firme. Con el tiempo, descubrí que el roble y yo teníamos una relación única. Podía sentarme, con la espalda apoyada en su tronco, y sentir la misma paz que me invadía en la cama por la noche. Podía llegar a los lugares tranquilos de mi espíritu, sacar mis heridas y mis alegrías, desplegarlas y hablar de ellas. Hablaba en voz alta al roble y sabía que me comprendía. También él formaba parte de mi realidad, mis primeros compañeros que me incluían como el bosque, la noche y las olas.
2 Howard Thurman, With Head and Heart: The Autobiography of Howard Thurman (New York: Harcourt Brace Jovanovich, 1979), 7–9.
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