Muerte en Vida
Cuidemos con esmero las flores de la brillante resurrección después del dolor del Viernes Santo.
Celebremos la Resurrección
Muerte en Vida
Miércoles, 23 de abril de 2025
Hermanas y hermanos, especialmente aquellos que experimentan dolor y tristeza, su clamor silencioso ha sido escuchado y sus lágrimas contadas; ¡ni una se ha perdido! … La resurrección de Jesús es, sin duda, la base de nuestra esperanza. Porque a la luz de este acontecimiento, la esperanza ya no es una ilusión… Esa esperanza no es una evasión, sino un desafío; no nos engaña, sino que nos fortalece.
Papa Francisco (1936-2025), “Urbi et Orbi”, Pascua de 2025
El Padre Richard comparte cómo podemos recibir el milagro de una nueva vida al aceptar nuestras propias dificultades y “muertes” como lo hizo Jesús. [5]
La muerte no es solo morir físicamente. Morir también significa llegar a lo más profundo de las cosas, tocar fondo, ir más allá de lo que podemos controlar. En ese sentido, todos pasamos por muchas muertes en nuestras vidas, momentos cruciales en los que nos preguntamos: "¿Qué voy a hacer?". Muchas personas se amargan, buscan a alguien a quien culpar y se cierran en sí mismas. Su "muerte" es, en realidad, la muerte para ellas, porque no hay espacio para crecer después. Pero cuando profundizamos en la muerte de cualquier cosa —incluso, irónicamente, en la de nuestro propio pecado— podemos salir del otro lado transformados, más vivos, más abiertos, más indulgentes con nosotros mismos y con los demás. Y cuando salimos al otro lado, sabemos que hemos sido guiados hasta allí. No nos aferramos; nos sostiene una fuerza mayor, una fuente mayor que no es la nuestra. ¡Eso es ser salvos! Significa que hemos transitado el misterio de la transformación.
El milagro de todo esto —si es que hablamos de milagros— es que Dios ha encontrado la manera más ingeniosa de transformar el alma humana. Dios usa precisamente aquello que normalmente nos destruiría —las muertes trágicas, dolorosas, injustas, que nos llevan al fondo de nuestras vidas— para transformarnos. Ahí está, en una sola frase. ¿Estamos dispuestos a confiar en ello?
La muerte y resurrección de Jesús es una declaración de cómo funciona la realidad en todo momento y en todas partes. Nos enseña que hay una manera diferente de vivir con nuestro dolor, nuestra tristeza y nuestro sufrimiento. Podemos decir: «¡Ay de mí!» y compadecernos de nosotros mismos, o podemos decir: «Dios está presente en esto».
Ninguno de nosotros cruza esta brecha entre la muerte y la nueva vida por su propio esfuerzo, mérito, pureza o perfección. Cada uno de nosotros —desde el papa hasta el presidente, desde la princesa hasta el campesino— es llevado al otro lado por una gracia inmerecida. La dignidad nunca es la clave, solo un profundo deseo. Con ese deseo, la tumba siempre está, finalmente, vacía, como descubrió María Magdalena en la mañana de Pascua. La muerte no puede vencer. Finalmente somos indestructibles cuando reconocemos que aquello que podría destruirnos es precisamente aquello que podría iluminarnos.
Amigos, la fiesta de Pascua nos recuerda a todos que debemos abrir los ojos y los oídos y ser testigos de lo que sucede a nuestro alrededor, en todo momento y en todas partes. La única y exclusiva misión de Dios es convertir la muerte en vida. Eso es lo que Dios hace con cada nueva primavera, con cada nueva vida, con cada nueva estación, con cada cosa nueva. Dios es quien siempre convierte la muerte en vida, y nadie que confíe en este Dios quedará avergonzado (Salmo 25:3).
5 Adaptado de Richard Rohr, “Easter Homily: Reality Moves Toward Resurrection,” homily, March 27, 2016

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